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miércoles, 19 de junio de 2013

18613

Corro. Corro sin saber adónde ir, solo quiero alejarme de todo, de la realidad que me rodea y de la que no puedo escapar. Estoy cansada, huyo de lo que tengo a mis espaldas, que me grita, que me ordena, pero la adrenalina se ha apoderado de mi cuerpo y habla por mí. No puedo dejar de correr, mientras que las lágrimas bañan mi cara.


Acabo allí como siempre. Un lugar escondido en un parque lleno vegetación que oculta mi refugio. Un pequeño claro entre árboles, en el que yo misma tuve que abrir una entrada. Me arrodillo en el suelo para pasar por la pequeña abertura que hay tras unos arbustos y dentro una manta se extiende en el pequeño claro. Puedo abrir los brazos tumbada en el suelo y mis dedos rozan las hojas de las plantas. Y las lágrimas no paran de caer por la comisura de mis ojos, que no puedo abrir, no puedo mirar a ningún sitio, solo puedo llorar sin parar, desconsoladamente. Me giro quedándome echada sobre el costado en una posición fetal. Es más fácil respirar de esta manera. No puedo más, todo me sobre pasa. Las convulsiones del llanto hacen que no pueda pensar en otra cosa. Estoy sola.

Hasta que él aparece. El único que sabe de este lugar, que si no me encuentra sabe perfectamente a donde ir, que sabe a ciencia cierta como me siento en cada momento, es la otra parte de mi alma. Y como sabe perfectamente como estoy, solo se tumba a mi espalda, estira un brazo para que pueda apoyar en él la cabeza, y con el otro me rodea la cintura, pegándome a él. Lo siento por todas partes. Nos quedamos quietos, mientras no puedo dejar de llorar, hasta que por fin me doy la vuelta y entierro la cara en su pecho. No le importa que le moje la camiseta, lo que hace es callarse y acariciarme el pelo con suavidad y cariño. Sabe que decir en momentos como este, en momentos en los que quiero que la tierra me trague.

 Está oscureciendo, y en esta pequeña burbuja el tiempo no pasa. Consigo tranquilizarme y me gira un poco hasta que quedo boca arriba con la cabeza aún apoyada en su brazo, mientras él está de lado para poder mirarme. Estoy horrible. Los ojos hinchados y rojos de tanto llorar, pero no me importa que me vea así, porque sabe la realidad de lo que mira. Me da un beso en la frente y yo me muerdo el labio para no seguir derramando lágrimas. Me da besos por las comisuras de mis ojos, ahora hinchados, y sigue dejando un reguero de besos por mis sienes y mis mejillas. Respiro hondo, me relaja su proximidad, es lo que necesitaba. Por último me da besos en los labios, que están suaves por el llanto. Apenas son roces, y yo no me muevo, no quiero que acabe, a pesar de la angustia que me recorre el cuerpo por lo que pasó. Solo le necesito a él. A lo que sabe. A lo que es. Porque es la única persona que sabe como me siento en cada momento.

Me vuelve a abrazar y de nuevo, hundo la cara en su hombro, notando su respiración en mi pelo.

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